Inteligencia artificial: ¿una nueva aliada peligrosa de la ciberdelincuencia?
La inteligencia artificial impulsa el progreso, pero también potencia amenazas como la ciberdelincuencia y los deepfakes. Delitos crecieron 40 % en Perú en 2024.

La tecnología ha derribado fronteras, conectado al mundo a velocidades impensables y democratizado el acceso al conocimiento. En este entorno hiperconectado, florecen oportunidades en la educación, la ciencia, los negocios y la salud. Sin embargo, este mismo avance vertiginoso también ha potenciado una amenaza latente: la ciberdelincuencia impulsada por la inteligencia artificial (IA).
En Perú, el impacto ya es evidente. Solo en 2024 se registraron más de 42 mil denuncias por delitos informáticos, un incremento alarmante de casi el 40 % en comparación con 2023, según el Sistema Informático de Denuncias Policiales (SIDPOL). Este crecimiento no es fortuito: los ciberdelincuentes ahora utilizan tecnologías de IA para ejecutar ataques más rápidos, sofisticados y difíciles de rastrear. Desde el robo de datos personales hasta campañas de phishing y técnicas avanzadas de ingeniería social, la IA se ha convertido en una peligrosa herramienta en manos equivocadas.
Uno de los fenómenos más inquietantes es la proliferación de deepfakes. Estas manipulaciones hiperrealistas —creadas mediante redes generativas antagónicas (GAN)— permiten alterar rostros y voces en fotos y videos con una precisión casi perfecta. El riesgo es que cualquiera puede ser víctima de campañas de desinformación, chantaje o difamación a partir de una simple imagen.
Detectar estas falsificaciones resulta cada vez más complicado. Las nuevas tecnologías de difusión generan imágenes y videos con un nivel de realismo que desafía los métodos de verificación tradicionales. Esta pérdida de confianza en la evidencia visual o auditiva pone en jaque a medios de comunicación, autoridades y ciudadanos. ¿Qué podemos creer cuando lo que vemos o escuchamos puede ser completamente fabricado?
Frente a este panorama, es urgente actuar. Los Estados deben invertir en tecnologías de detección avanzada, actualizar sus marcos legales y fomentar la cooperación internacional. Igualmente esencial es educar a la ciudadanía en competencias digitales, enseñándoles a reconocer riesgos, proteger su información personal y aplicar el pensamiento crítico ante los contenidos en línea.
La inteligencia artificial no es enemiga de la humanidad. Su verdadero potencial radica en su uso ético y responsable. Pero, como toda herramienta poderosa, necesita ser regulada y vigilada constantemente. De lo contrario, corremos el riesgo de entregar nuestro futuro a algoritmos programados para explotar, no para proteger.
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